Me considero muy nostálgico. De hecho, me atrevería a decir que muchos (no se puede generalizar) radioaficionados lo somos, y tal vez la afición lo sea también. Digo esto porque siento nostalgia cuando me acuerdo de «mi» primer equipo. Y pongo el posesivo entre comillas porque el propietario era mi padre, por aquél entonces (y ahora) EB3TA: un flamante transceptor móvil (pero que usaba en base) Icom IC-280E, de la banda de 2 metros FM, 10 vatios de potencia y tres memorias que se borraban cuando se desconectaba el equipo. Se ve que venía del Japón y que se construyó a finales de los 70. Sí, para muchos de mis lectores seguro que ya sería una modernidad, pero para mí fue el primero que tuve entre mis manos.
El momento en el que descubrí el aparato merece casi una mención aparte. No recuerdo muy bien cuando fue (puede que yo tuviera unos 8 años), pero un día, trasteando por el despacho de mi padre (donde convivían algún soldador que no debía pisar con los pies descalzos junto con kits, piezas y demás cachivaches que me encantaba tocar), encontré una caja rectangular con botones y ruedecitas. Le pregunté a mi padre qué era aquello y la frase: «es una emisora de radioaficionado, sirve para hablar con otra gente» me fascinó desde el minuto 0. Lo enchufamos a una fuente de alimentación pero del aparato solo emergieron chisporroteos. «Los finales estarán quemados». ¿Finales? pero si lo acabo de conocer, ¡debería hablarme de principios, no de finales!
Me consta que mi padre la arregló (seguro que lo hizo el amigo EA3CDW, quien se encargaría durante muchos años de mantener la pequeña instalación de mi padre) y lo conectó a una antena que, sin yo saberlo (obviamente nunca la había visto) se mantenía erguida en un mástil en el tejado de nuestro bloque, a siete pisos sobre el suelo. Una antigua antena Tagra (no recuerdo el modelo) que mi padre había montado unos 10 o 12 años atrás hasta que, por motivos que nunca supe, dejó la afición a un lado.
Me explicó por aquél entonces que él había vivido la noche del 23F mediante las ondas de aquél aparato y que constantemente solía hacer QSO’s con gente de los alrededores o vía repetidores como el R4 de Castellón.
¿QSO’s? ¿Repetidores? ¿Códigos Q?
Me contó también que para utilizar el aparato necesitaba una licencia, pasar un examen, un indicativo. Enseguida me aprendí el suyo, EB3TA, y uno de los primeros días en los que el transceptor ya lucía listo de nuevo, empecé a charlar con quienes creía que me contestarían. ¡Y vaya si lo hicieron!
«¡Niño, deja la emisora de tu padre y vete por ahí!» Juro que aún recuerdo el indicativo de quien me atizó tales palabras, un simpático EB5. No le culpo. Realmente no debía tocar eso. Mi padre me dijo que durante mucho tiempo tenía que escuchar, escuchar y escuchar.
Así empecé a aprender lo que significaban los números de las frecuencias, lo que significaba hablar por un repetidor o en directo, que había distintos tipos de antenas, que existía algo llamado «decamétricas» que por lo que se ve era la monda lironda… Llegué a aprenderme los sonidos de los repetidores, en CW, rápido y agudo el del R4 de Castellón, lento y más grave el 3 de Ibiza; o incluso por el sonido de la cola al caer, podía saber en qué frecuencia me encontraba: larguísima la del R6 de Montecaro que desaparecería años después, el simpático silbidito del R2 de Gandía, los beeps tan característicos de los de Denia (eso ya más tarde)…
Ni sabía nada de subtonos, ni de CTCS, ni de DCS, ni de la UHF… Todo esto lo iría aprendiendo con los años y ya con un nuevo equipo, allá por el 2001, un TMV7E de Kenwood que aún funciona y me acompaña, para mi disfrute (y a veces tedio de mi pareja) en el coche. Pero ya hablaremos de ese equipo, porque supuso un salto importante no solo en potencia, bandas y prestaciones sino en accesibilidad.
Y es que, señores, el IC280E, por muy bueno que me pareciese, no me permitía saber en qué frecuencia me encontraba. Pero mi mente fue creando pequeños trucos:
– El equipo siempre se encendía en 145.000MHZ. Si contaba las vueltas del dial (tac, tac, tac) podía saber dónde me encontraba, puesto que los saltos eran de 25KHZ y no había otra opción.
– También hallé por casa un antiguo FT23R de Yaesu, que me servía para encontrarme haciendo portadoras de una radio a la otra y cuadrar así las frecuencias, aunque casi nunca me ayudaba porque terminaba descuadrando el walkie, que tampoco era accesible, sacándolo de las frecuencias límite para radioaficionados.
– Sabía si estaba en Simplex o en +/-600 porque había teclas dedicadas a ese menester, solo debía memorizar su posición y cambiarla según me pareciera. No existían los menús (de los cuáles ya hablaré también en un futuro).
Los diales de sintonización, volumen y squeltch eran fáciles de sintonizar, incluso las 3 memorias, que se cambiaban con otro mando más pequeño. Pero el problema era la fuente de alimentación -regulable- que debía estar a la misma potencia, ni más alta ni más baja, para no cargarme el equipo. Lástima no conservar fotos de la época porque mi padre llegó a tunearla un poco para hacer coincidir una muesca del dial de sintonización con una señal hecha en el 12 de los voltios (creo que era así) para que yo pudiese ajustarla por si acaso se movía de su posición actual. Llegué incluso a tener marcados con dos cintas de distintos tactos los cables y sus conexiones en la fuente, para no equivocarme y conectarlas al revés.
Esas medidas fueron apareciendo en el tiempo para quedarse, aún hoy en día. Y es que si no hay accesibilidad o no vemos las cosas, hay que buscarse la vida y ser ingenioso. Y de eso mi padre sabía un rato.
Y así aprendía yo, con el transceptor, para qué servía cada mando, cada agujero, que aquello era un PL o una conexión modular de micrófono…
Tiempo después el aparato cayó en desuso y murió. Intentamos recuperarlo un par de veces (me consta que el trabajo de grandes como EA5AGV, EA5VF, etc. así lo demuestra) pero terminamos por dejarlo por muerto y conservarlo como reliquia. Incluso adquirí, en uno de esos empeños por arreglarlo, otro modelo igual que vendían por Internet de algún coleccionista y que murió también al cabo de poco tiempo de usarse. Los dos encienden, eso sí. Se puede ver la apariencia en la foto adjunta. Recuerdo incluso un característico zumbido que el aparato emitía todo el tiempo y que variaba de tono muy levemente cuando cambiaba de frecuencia o confirmaba alguna memorización. Todo servía, cualquier información sonora que a propósito o no emitiese el equipo, era importante para mí. Y eso sigue siendo válido hoy en día. Ya hablaré de la importancia de los beeps en equipos más modernos.
Y bueno, además de escuchar, también llegué a realizar QSO’s con él, y con eso me quedo, a parte, claro está, de la gente que tanto tiempo escuché por primera vez y a algunos conocí, de la mano, casi siempre, de uno de mis otros padrinos radiofónicos, EB3AJE (luego EA3HAO), Joaquín, quien podría considerar mi primer interlocutor en un QSO en serio por aquellos lares no tan lejanos.